Hemos llegado a una encrucijada visual. El hombre se ha concentrado a generar una ola de contenidos producidos con la única intención de ser vistos/percibidos como reales.
Cada vez más avanza la tecnología y con ella el frenético deseo de replicar la realidad. Menudo problema para el arte y todas sus manifestaciones aledañas. Desde luego existe la imperiosa necesidad de avanzar en la ciencia y la tecnología así como en todas sus aplicaciones pero, ¿qué hay del hombre que sin notarlo camina hacia la pérdida de sus referentes, esos que le mostraban como una creación única, suprema y capaz de registrar su pasado o vislumbrar su futuro sin aspiraciones gráficas que le suplanten a sí mismo a través de representaciones perfectas?
Román Gubern ha dicho que la progresiva difusión de la tecnología al rededor de la realidad virtual (Oculus Rift - por nombrar al más famoso pero sin dejar detrás a la maquinaria visual de Treyarch o Bungie), irradia desde los centros de investigación informática de las sociedades post-industriales (recuerden, la mexicana es post-agropecuaria), una creciente colonización del imaginario colectivo mundial por parte de las culturas trasnacionales hegemónicas (en un sentido gramsciano donde lo hegemónico no aplasta sino dirige) que presionan para imponer una uniformidad estética e ideológica mundial. La rápida difusión de la realidad en manos de laboratorios universitarios, gabinetes militares, industrias del entretenimiento y talleres de artistas digitales, están iluminándolo todo con esa “nueva luz”.
Inesperadamente, el sentido y la evolución de las imágenes a lo largo de la historia occidental, están convirtiéndose en el ilusionista referencial más perfecto posible.
La difusión generalizada de la realidad virtual podrá hacer que percibamos en el futuro nuestras representaciones icónicas tradicionales - desde la pintura al fresco hasta la televisión - como imperfectos y planos, tal como hoy solemos percibir las pinturas de la era pre-perspectivista.
A la luz de esta evolución, se detecta sin mucho esfuerzo que la producción de imágenes en Occidente ha estado dominada por una doble y divergente preocupación intelectual: por una parte, como la voluntad de perfeccionamiento cada vez mayor de su función mimética y por el otro como la exaltación de la capacidad ostensiva de la imagen como copia fidelísima de las apariencias ópticas del mundo visible, en una ambición que culmina en el hiperrealismo de la realidad virtual. Esta ambición ha sido la del engaño a los sentidos y a la inteligencia, como ya había vislumbrado Platón, pues quiere hacer creer al observador, colocado frente a la imagen, que está ante su referente y no ante su copia.
Por eso pienso que como artistas visuales estamos obligados a exaltar nuestras obras pero no sólo como creaciones per se sino como dispositivos que comuniquen nuestro objetivo sea éste social, técnico, estético, etc. y que dichas obras registren (sin imitar) eso que percibimos como realidad ya que vienen detrás nuestro nuevas generaciones de futuros artistas que estarán ávidos de antecedentes y referentes culturales que habremos destruido frenética y sistemáticamente.
Creo que corremos el riesgo de entrar a un laberinto visual del cual no podremos salir ya que ni siquiera nos sabremos dentro.
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